Parabola del Hijo

Quiero tener un hijo
pensé un día
y El Genio de la Vida
me pidió toda mi sangre,
mis sueños, mis esperanzas,
mis energías, mi inteligencia,
mi tiempo, mi descanso.
Cuándo podré recobrarlos?
Nunca! Contestó él
Si tienes suficiente sabiduría
tal vez él quiera
compartir contigo tu ofrenda,
 

Y cuando el hijo llegó
lo tomé en mis brazos
con unción, sintiéndome
purificada, consagrada
por ese pequeño ser,
velando su sueño,
purificando el aire,
desgranando barcarolas
para arrullarlo,
tamizando el sol,
conteniendo mi aliento
para no perturbarlo.
 

Pero cuando empezó a crecer
noté que era débil y frágil
como un castillo de arena,
y la risa y la música que le di
apenas le duraron un rato,
y mi tiempo y mi energía
le quedaban cortos,
y siempre pedía más y más,
y se quejaba de mi pan
y de mis lágrimas,
y al primer soplo del viento
se derrumbó de su pedestal
y quedó destrozado
como un ángel caído
en medio del sendero.
 

El Genio de la Vida
acudió a mi conjuro y dijo:
"Ya has dado suficiente.
Ahora, cierra tus ojos 
y tu alma y  espera.
Quizá aprenda a volar,
o se deshaga en polvo
como la amapola".
Y mientras hablábamos
el niño creció, se hizo hombre,
y se marchó llevándose la llave
de mi corazón, y me dejó por fuera,
a la deriva, con el rostro 
pegado a la ventana
de mi soledad.